Por Camila Muñoz, Integrante del Programa de Pasantías de Pallavicini Consultores.

La llave maestra para ingresar al universo de posibilidades que nos ofrece internet tiene la forma de un clic en la famosa frase “Acepto los términos y condiciones”. Frente a ella, hay quienes, derechamente, no se detienen a estudiar este documento. Pero también otros que lo han intentado, fracasando en su intento de comprender lo que se les presenta.
Lamentablemente, esto último es menos sorpresivo de lo que desearíamos. Según un estudio lanzado en enero de 2019 por los abogados Uri Benoliel y Shmuel I. Becher, denominado “The duty to read the unreadable”, que analizó los 500 sitios web más famosos de Estados Unidos (incluyendo los gigantes de las redes sociales), arrojó que, sea por la terminología utilizada, así como los estilos de redacción, la complejidad en la lectura de los términos y condiciones de alrededor del 99% de los sitios escrutados se asimila al nivel de un artículo académico que, evidentemente, no tienen como público objetivo al ciudadano promedio.
Ahora bien, asumiendo que todos pudiéramos leer y comprender los términos y condiciones, aparece un nuevo factor: el tiempo. Según un estudio realizado por Visual Capitalist, si una persona decidiera aceptar el desafío de leer todos los términos y condiciones de las aplicaciones y sitios web que en promedio utiliza un usuario, destinaría en promedio 250 horas para lograrlo.
En otras palabras, los términos y condiciones son prácticamente inaccesibles para los usuarios que los aceptan, siendo estos presentados de manera tal que desincentive su lectura, para pasar directamente a la casilla mágica. Si a esto le sumamos la asimetría entre la obligación de leerlos (y comprenderlos) por parte de los consumidores, frente al incentivo de redactarlos en términos complejos para las empresas, cabe preguntarse: ¿Hasta qué punto el consentimiento es real?
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